sábado, 11 de agosto de 2007

A esa ciudad, que ya no es la mía

Es curioso darse cuenta de cómo las percepciones influyen en el objeto que observamos.

Una ciudad, una imagen, una persona... todo se desdibuja y se aleja de su realidad primigenia para convertirse en un compendio de recuerdos, sensaciones y anhelos personales que, cada cual a su modo, proyectan sobre lo que tienen ante sus ojos. Ocurre como con los miedos, tendemos a proyectarlos, a veces sin sentido, frente a determinadas situaciones.

Algo parecido me pasa cuando paseo por mi ciudad, aquella que a ratos es mía y a ratos no lo es. Es mía cuando paso delante del Parque del Príncipe que, a pesar de su nombre es mucho más nuestro que de Felipe. Tantas tardes entre sus cinco fuentes, compartiendo su hábitat con murciélagos, erizos, deportistas con sus “walkman”, bicicletas, ranas... Allí, en nuestro microclima, propiciado por la cantidad de árboles y agua, las risas hacían las veces de banda sonora. Y entre ellas confesiones, buenos ratos, no tan buenos... Alguna de nosotras (porque siempre te queda el deje: las amigas de toda la vida serán siempre “nosotras”) guarda muchos de esos secretos que sólo confesaría durante esas tardes de temprana adolescencia...

No es mía cuando veo que casi no hay iniciativas para las que aún no usamos bastón. Cuando el 1º de Mayo ves sus calles y avenidas vacías, desoladas... algún resquicio de lo que pudo ser movimiento obrero pasa en un coche con megáfono intentando recordar a la ciudad que sigue siendo necesario. Pero la ciudad es tan descreída que sólo puede despertarse cuando amenazan con cerrar las bares antes o con prohibir el botellón. Si al final todo es cuestión de prioridades.

Me vuelvo a adivinar en ella entre sus piedras milenarias. Aquellas que muchos antes que yo tocaron y construyeron. Y paseo por la casa del mono, y me imagino las leyendas que cuentan y las contrasto con la cara de dolor que presenta la gárgola. Si continúo y paso por debajo del arco de la estrella, como antes lo hicieran los carruajes de las amantes de un antiguo conde, diseñado así para que a su paso hicieran menos ruido y no alertaran a la condesa, vuelvo a sentirla como propia.

Sin embargo, tan sólo a unos metro el ayuntamiento me recuerda que no me pertenece. Doce años de gobierno (in) popular me espetan a la cara que no hay cabida. Que la ciudad no necesita movimientos sociales, no necesita más turismo que el de la Semana Santa y no necesita gente joven con inquietudes distintas a la de la gente mayor.

Si vuelvo sobre mis pasos recuerdo los días en los que el tiempo no contaba porque el centro de la ciudad era una fiesta en la que todas y todos éramos bienvenidos. Entonces si que era mi CIUDAD, así, con mayúsculas. Una semana para aprender, bailar, pintarse la cara, divertirse... la ciudad del WOMAD, de los puestos de artesanía, de los hippies recién salidos de woodstock, de las niñas con la cara pintada, de las señoras mayores escandalizadas porque se está profanando la “subida de la virgen a la montaña”, del colapso del único baño público, pero sobre todo de las risas.

Cuando me abandonan esos recuerdos me enfrento al recinto hípico. Ese lugar lleno de arena y de nada en la que el ayuntamiento trata de recluir a todas y todos los jóvenes. Da igual WOMAD, que conciertos, que discotecas, que botellón... Es el lugar perfecto, lejos de la ciudad, para que no se nos vea y si aumentan los accidentes de coche, pues daños colaterales...

La recupero en la plaza de las veletas, al lado de San Mateo, callejeando entre sus angostas calles-pasadizo. En la judería el blanco de la pared se funde con el sol (que en estos meses pega fuerte) y te parece haberte trasladado a un pueblecito del mediterráneo. El aljibe, cómplice de los deseos de los visitantes, te lleva tranquilamente a la época en la que la cultura árabe nos regaló tantos y tantos siglos de sabiduría.

La pierdo en la Cruz de los Caídos. Con su insultante altura de cemento erigida en el centro de la ciudad, para impedir que nos olvidemos de quién mandó durante cuarenta años. Como los logotipos que adornan las casas de protección oficial de la época, o los nombres de algunas calles que, aunque se borraron del rótulo, no lo hicieron del imaginario colectivo.

Sin duda la encuentro en el Corral de las Cigüeñas, en la Torre de Sande, en el Aldana. Como también la encuentran las y los jóvenes que, como yo, pretenden hacerse un hueco. Y es difícil, porque es una ciudad en la que cada día hay menos alternativas, menos opciones en las que un@ jóven se desarrolle, se entusiasme...

Me encuentro en Mario Vargas Llosa que, aún con ese nombre, es mi espacio. En mi casa rosa, que las veces me recuerda a un algodón de azúcar, con sus grandes ventanas y su pequeño jardín.

Así es mi ciudad, que es mía mientras se aleja y de otras mientras crece. Una ciudad de la que renegar y de la que sentirse orgullosa, y todo al mismo tiempo.

3 comentarios:

Kali Tuxi dijo...

bienvenida a esto que llaman la blogosfera... cuando tengauna conexión algo más estable te enlazo. nos vemos por la facultad, por alguno de lo foros freaky asociacionistas que habitamos de vez en cuando, por la ciudad (esa que compartimos, o por otra a la que me mudo y en la que serás muy bienvenida cuando quieras)... un par de besos... y felicidades por dar este pasito
álex

Anónimo dijo...

Entiendo y suscribo todas y cada una de tus palabras. Solo habria que cambiar los nombres de Cáceres, por los de Badajoz. Pero para cambiar estas crudas realidades todavia quedamos nosotros y mientras queden voces como la tuya que enarbolen la critica y la protesta como valores necesarios nada estará perdido.

Saludos de un extremeño en Madrid.

Ana dijo...

buenas. Hace unos años me marché de esa ciudad pero me hiciste, leyéndote, recorrer todas esas callejuelas. Me gusta mucho el palacio moztezuma principalmente, me gusta mirar esos ventanales y la plaza de las veletas donde vi el último eclipse lunar hace unos meses...me gusta perderme por la zona antigua por la noche y llegar tarde a la sesión en el corral de las cigüeñas...me gustó mucho leerte.
Me han dicho hace poquito que se pretende retirar La Cruz y hacer un bulevar en ese paseo que va desde ahi a la estación que ahora no recuerdo el nombre de la calle, creo que se pretende hacer un bulevar que llegue hasta no se dónde, es una ciudad realmente maravillosa en continuo crecimiento. Te envidio y me hiciste pasar un buen rato, saludos pues.