jueves, 12 de noviembre de 2009

La crisis de la mujer posmoderna

Ultimamente hay varias palabras que suenan constantemente allá donde vaya: crisis y posmodernidad. Da igual si estoy en el metro, donde la crisis se respira (además de algunos olores que mejor me ahorro describir) en casi cada viajera o viajero al que miramos: el becario con su mp3 y sus zapatillas desgatadas; la inmigrante arrastrándose tras un sinfín de bolsas; el anciano al que nadie le cede su asiento y casi ni miran para no sentir que quizás debieran levantarse; la madre trabajadora con cara de preocupación y cansancio que disimula mal tras un poco de colorete... Y la otra palabra, posmodernidad, que resuena en cada muro de mi facultad... que si la teoría queer, que si cambio de paradigma, que si ruptura de las identidades...

El caso es que yo, como mujer joven, que mal que bien va haciendo frente a sus contradicciones, ultimamente reflexiono mucho sobre estos dos conceptos. Y reflexiono también sobre mi misma: yo como sujeto sujeta a un momento histórico que, posmodernidades a parte, es un momento bastante confuso.

Yo, una mujer joven en proceso de construcción (acaso no nos construimos durante toda nuestra vida), he llegado a la conclusión de, si bien no me arriesgo a categorizar como fenómeno generalizado, que creo que estamos siendo afectadas por "la crisis de la mujer posmoderna". ¿Y en qué consiste esta crisis? Pues yo creo que en lo que todas las crisis (quizás ya superamos la crisis de la mujer moderna y la de la ilustrada): en momentos de cambios en los que lo "antiguo" no ha terminado de marcharse y lo "nuevo" no termina de llegar.

No terminamos de romper con las definiciones que nos dió la anterior época, definiciones sobre el amor, sobre las relaciones, sobre nuestra relación con el espacio público, sobre nuestra inserción en el espacio privado... y no nos sentimos cómodas con las representaciones que se nos venden en esta época confusa. Es decir, ¿para ser una mujer liberada es necesario deshechar todo lo anterior y asumir los nuevos patrones que, (una vez más, la historia tiene la manía de moverse en círculo)se nos presentan por oposición, como antagónicos irreconciliables?

Tengo, por tanto, que deconstruir (otro término que parece estar en alza) mi sexualidad, mi identidad, mis modos de relación, mis espectativas de futuro... Y he de sustituirlos por algo así como muy leve, no?, muy naif. Una especie de todo vale.

Y en medio de todos estos pensamientos estoy yo. Yo y la parte que me niego a racionalizar de mi. Yo y mi día a día. Yo y mi torpe intento por identificar lo que está bien y lo que está mal. Yo y mi sentimiento de culpa por no ser una moderna (posmoderna) de esas que nos venden como nueva imagen triunfalista. Yo y mi "no llego a fin de mes". Yo y mi duda... Yo en la ciudad...yo y la crisis de la mujer posmoderna...

martes, 13 de octubre de 2009

La historia de Hypatia, nuestra historia colectiva.



Ayer, como la mayoría de madrileños y madrileñas que puedieron disfrutar del puente, aproveché para ir al cine. Ví Ágora , película que recomiendo encarecidamente.

Allí, en aquella gran sala, rodeada de tantos y tantas desconocidas, me sorprendí llorando. Y digo me sorprendí porque creo que es la primera vez que lloro viendo una película. Habrá quien piense que no creyó que fuera tan triste y, de hecho, no lo es, no es tan triste. La historia ya la conocemos un poco y la moraleja es lo de siempre, que los fanatismos conducen a la destrucción, en fin... que no es eso de lo que yo quería hablar.

Salvando el momentazo de la destrucción de la biblioteca, con el que cualquiera que tenga una mínima inquietud por leer lo sufriría con el corazón en la mano y el insulto a puntito de resbalarse por los labios; yo quiero hablar de Hypatia, quiero hablar de nosotras.

Quiero hablar de tantas mujeres a las que la historia se ha encargado de enterrar. Quiero hablar de cómo se les castiga por no querer asumir el papel que la sociedad le asigna. Quiero hablar sobre cómo estas mujeres no quisieron resignarse y eso les costó la vida. Quiero hablar de mi historia, de nuestra historia. Y al hacerlo querría hablar de tantas y tantas mujeres, de tantas compañeras que a fuerza de no querer ser recordadas se han perdido en el olvido, de tantas heroínas anónimas que acabaron por convertirse en ausentes... pero también quiero hablar del ahora, de mis compañeras. De todas las mujeres a las que tengo la suerte de ir descubriendo, la gran suerte de acompañarlas y aprender de ellas, de su lucha... Porque nosotras somos parte de todas las que plantaron batalla antes. Porque tenemos historia, tenemos memoria y es nuestro deber recuperarla.

Y todo esto se me pasaba por la cabeza cuando lOs cristianos, apresaron a Hypatia. Cuando la llevaban a empujones, cuando la cámara enfocaba a sus ojos y derepente sus ojos eran los ojos de todas, una mirada con tanta historia... y, por un momento mis ojos fueron también los suyos... y por eso hay que seguir luchando porque dentro de todas nosotras, de todas las que me acompañan ahora y de las que hicieron que esto fuera posible, hay un poquito de nuestra memoria como mujeres y es tarea nuestra recuperarla.

martes, 8 de septiembre de 2009

Y todavía las mujeres seguimos siendo Evas Anónimas.....




Desde hace como una semana los medios de comunicación parecen estar abriendo un debate sobre la prostitución. Pero, como ya viene siendo habitual en la prensa institucionalizada, no deja de ser un debate falso. La liebre saltó con unas imágenes en un barrio de Barcelona en las cuales se veían a dos parejas practicando el sexo en unos soportales. Sin sonido, y si hacemos un acercamiento semiótico de la imagen que recibimos, lo que vemos es a cuatro personas, dicho mal y pronto, follando. Más sin embargo y como si de un truco de magia se tratara, los hombres desaparecen de la imagen. Lo que incomoda son las mujeres, pérfidas nínfulas, que son retratadas como una amenaza al buen gusto y la tranquilidad de los y las vecinas que habitan el espacio público.

A partir de aquí, todo va rodado: el problema es la prostitución, las mujeres que venden su cuerpo, si la regularamos la encapsularíamos en cuatro paredes y no sería tan indecoroso, no hay que regularla hay que llevarla a lugares a las afueras de las ciudades de esos que sólo frecuentan pobres, "yonkis" y gente de malvivir...

Pero, ¿qué falta en este texto? ¿Qué nos estamos perdiendo? Lo más evidente lo encontramos si regresamos a esas primeras imágenes: a aquellas en las que en vez de dos había cuatro personas. Faltan los hombres. Y yo me pregunto: ¿Es que en el negocio de la prostitución, los consumidores, los que generan la demanda que provoca la oferta (para hablar en términos más economicistas, que parece dar más seriedad en los tiempos que corren) no tienen nada que ver? Esos hombres que deciden establecer unas relaciones sexuales mediante coacción monetaria, ¿no forman parte de la noticia?

Aún hay más. Hay otro elemento que me parece igualmente importante, que quizás sea más sutil. Un elemento que no aparece en la imagen, o sí, pero que estamos tan acostumbradas y acostumbrados a que aparezca en el 90% de las imágenes que vemos a diario que se nos escapa. De todo el debate se ha obviado el capitalismo. El modelo económico que hace que determinadas personas que son expulsadas (por distintos motivos)del sistema se vean abocadas a vender cualquier cosa que sea susceptible de ser comprada, en este caso el cuerpo. A una apuesta política por la deshumanización y la explotación. A todo un sistema de mercado que con una capacidad asombrosa absorbe hasta nuestros propios cuerpos para combertirlos en oferta, con más o menos existo. Y señoras y señores el mercado manda, el mercado está tan de moda que supera cualquier conservadurismo, hasta el punto que la presidentísima se apunta al carro de la regulación.

Y no puedo evitar pensar en todas estas cosas que no se dicen y que están en el centro del debate. Que acaban haciendo que las mujeres sigamos sin poder superar nuestro estereotipo de Evas Anónimas, aquellas que seducen a los indefensos hombres haciéndoles aflorar sus más bajos instintos.

Ahora la palabra es vuestra.